jueves, 24 de mayo de 2012

El Chalten por Ian Jester

Ian me pidió si podía escribir un post, yo dije que encantada, así no os aburrís de leerme siempre a mi! Estas son sus impresiones sobre El Chalten, al sur de Argentina. Siento las pocas fotos pero ha sido imposible cargarlas. 

Hola a todos! ¿Se nota el accento extraño ya? Soy Ian, encargado de la envidiable tarea de pasar casi cada momento de mi vida estas últimas semanas con la hermosa Marta, quien generosamenta me dejó esta oportunidad para hablar, entonces... ¡Voy a aprovecharla! Podéis estar seguros de que mi perspectiva no tiene prejuicios de ella, porque se desarolla en forma de palabras quando viajamos en colectivo (para los espanholes: bus), mientras la madrileña hibernando a mi lado me deja muchas horas para pensar. 



Bueno, seguimos con la aventura... Con nuestras mentes grabadas con el reflejo azulino del rostro enorme de Perito Moreno, embarcamos en el último colectivo para El Chaltén, un pueblito neblinoso marcando la frontera para explorar la tierra aún más salvaje de Patagonia. Mientras conduciendo en la oscuridad total, una brisa fresquita entraba a hurtadillas, advertiendo que la víspera de invierno nos rastreaba desde un punto más cercano. Una ráfaga alucinante de estrellas arriba proveía el único confort mientras caminamos deprisa en busca de nuestro albergue. Aún más lejos del sol brasileño, nos reímos a la ironia de nuestro itinerario, llenando lo vacío con la vitalidad de la que El Chaltén regularmente disfruta fuera de temporada baja.


Nuestro destino matutino era la base del rostro rojizo del monte Fitz-Roy, la dificultad del cual deja a muy pocos escaladores subir a la cumbre por año, a pesar de una altitud que alcanza solo la mitad del Himalaya. El sendero cargado de piedracitas enrosca campos de hayas rojizas, cruzando los arroyos y las colinas desenfrenadamente hasta que los miradores impresionantes justificaran su trayecto. Llegamos a la base en menos de tres horas, durante las cuales Marta esquivó con gracia la mayoría de las escarpadas piedras y agarró su premio en la forma de un bocadillo de jamón y queso. Su compañero, sin embargo, se enfrentó a un nuevo desafío -- una caminata inclinada hacia el cima de Lago Los Tres, situado en algún lugar debajo la manta de nieve la cual ya cubrió una vez la mirada clara de Fitz-Roy al amanecer. Viente minutos de escaleras me trajo a tierra helada, mientras el viento más fuerte fracasó en perforar la confianza inquebrantable de tres alpinistas delante de mi. Seguí adelante, solo para quedar con mis nuevos compañeros en un campo helado que nos acaricia como en el interior de un globo de nieve sacudido sin cesar. Sin un lago a vista y la visibilidad disminuyendo, la suerte nos llevó a través de la última cresta a un lago acurrucándose entre un anillo de montes coronados de nieve más blanca que luz sagrada. La satisfacción se multiplicaba por nuestras sonrisas mientras sacamos unos recuerdos y cambiamos el curso para el hogar, donde Marta ya estaba preparando una cena fantástica de calabacines, camiotes y macarrones. 


El dìa siguiente fuimos al Lago Torre, desde el que se puede ver un glaciar quebrándose en pedazos de hielo flotando como si te invitan a jugar al juego de las tejas (aquel que se dibujaba en el suelo y tenías que ir dando saltos). Caminamos separadamente a la vuelta a El Chaltén, lo que me hizo pensar mucho en los años de infancia, agarrando inspiración desde los aspectos de la naturaleza más olvidables para mayores. Fue como si la soledad exagera la persona que somos dentro.

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